2012 ~ Miguel Endrino

miércoles, 16 de mayo de 2012

Qué es eso que siento? Identificando la emoción


Somos seres humanos, somos seres emocionales. En los últimos años se está cambiando la concepción de que ante todo éramos “racionales”, para llegar a una idea totalmente opuesta. Lo racional ocupa alrededor de un 10% de nuestra actividad. El resto son procesos que escapan en gran parte a nuestro control: automatismos, aprendizajes, sensaciones, emociones…

Si tomamos las emociones como procesos bioquímicos, literalmente estamos bañados en emociones. Por nuestro interior circula una sopa emocional constituida por impulsos eléctricos, neurotransmisores, hormonas…. La emoción no es algo que ocurra en ciertos momentos de nuestra vida, algo aislado sin conexión; al contrario, la emoción es un continuo que va variando de forma e intensidad. Siempre, en todo momento existe en nosotros una (o más de una) emoción. Cada acción, sensación o pensamiento tiene asociada una emoción, así que,  por mucho que queramos (o creamos que lo podemos hacer) no podemos sólo pensar o actuar. Nuestra vida es un continuo formado por percepción – sensación – emoción – acción – pensamiento y las relaciones que se producen entre los anteriores. Mirado así, las posibilidades entonces se vuelven infinitas.
De las emociones me gustaría resaltar algunas características:
  • Van vinculadas a toda sensación, acción y pensamiento que tengamos.
  • A través de ellas nos reconocemos nosotros mismos. El hecho de cómo nos vemos, nos relacionamos con nosotros, los adjetivos que nos damos, cómo nos percibimos; llevan inevitablemente asociadas emociones
  •  Son nuestro puente con el mundo, es decir, la emoción es una vivencia totalmente propia e interna que surge en la interacción entre nosotros y el mundo exterior. Valoramos, juzgamos, ansiamos, queremos, tememos, anhelamos el mundo externo a través de nuestras emociones. Transformamos el mundo, interactuamos con él de acuerdo con nuestra estructura emocional
  •  Son energía vital. Forman parte del impulso de “ir hacia”,  de estar en el mundo y de relacionarnos con él.
  •  Nuestra memoria, la acumulación de recuerdos y vivencias que conforman nuestro yo viene marcada por los objetos emocionales, por las situaciones que nos han impactado. Los datos de nuestra memoria tienen un fuerte componente emocional.
Dentro del trabajo psicoterapéutico es de gran importancia la identificación de lo que nos gusta y lo que no nos gusta (como ya comentamos en otro post, una de las maneras de definir la neurosis es el olvido de los propios deseos y necesidades para obedecer los mandatos, necesidades o exigencias externas). En el reino animal es de extrema importancia la identificación de lo nutritivo/toxico, agradable/desagradable para la supervivencia de la especie; así que somos una curiosa especie que es capaz de seguir (sobre)viviendo sin identificar que nos gusta o nos desagrada y seguir obrando en función de lo que nos imponen.

Es una situación de lo más habitual en terapia, que la persona que acude tenga una conciencia “difusa” de sus emociones. Los más emocionales (entre los que me encuentro) tienen la sensación de que sienten muchas cosas, de que hay un torrente emocional interno que guía su vida; “es que yo siento mucho” o “yo no siento nada” suele ser la manera en que lo expresan al principio. Pero en el momento de poner atención, identificar la emoción, ponerle nombre…. Se produce el vacío. En este caso el problema es que la persona se identifica con la emoción, ésta se convierte en un filtro por el que pasan todas las acciones, pero no hay una conciencia de “qué” está realmente sucediendo. Suceden cosas pero no se cuales.

Otros estilos de paciente responden ante la emoción que surge inhibiéndola (sentí algo molesto y no le hice caso), haciendo cualquier tipo de actividad física o intelectual para evitar la molestia que provoca esa emoción, imaginando, haciendo deporte, cocinando, comiendo…. Cualquier cosa para alejarnos de emociones (tristeza, rabia, miedo o alegría) que suponemos nos van a hacer daño o no nos vemos capaces de sostener.

El trabajo terapéutico en la mayoría de los casos (incluido el caso de quien escribe este texto) incluye una especie de “parvulario” emocional, donde la persona hará un pequeño entrenamiento en su día a día de las emociones que se despiertan ante los eventos y situaciones que ocurren en su vida cotidiana: el trabajo, las relaciones con compañeros y jefes, lo que hace en su tiempo libre, qué siente frente actividades con su pareja, sus hijos,….

Para ello, para poderla identificar, es importante poner un poco de distancia con la situación, parar la inercia en la que estamos inmersos, y preguntarnos durante un instante que estoy sintiendo. Para hacerlo más sencillo y no perdernos en la multitud de emociones que pueden surgir es aconsejable limitarlas a las cuatro emociones básicas (alegría, tristeza, miedo y rabia). El descubrir qué emoción nos despierta una situación nos será de gran utilidad. Es importante que podamos identificar las emociones. Identificarlas nos ayudará a vivirlas más plenamente, con más conciencia. Nos abre la posibilidad de descubrir lo que nos gusta y lo que no, identificar lo que consideramos peligroso, o doloroso. Identificar las emociones es el inicio necesario para poder empezar a poner límites, a cuidarnos, a valorarnos.

miércoles, 11 de abril de 2012

Soltando presión

Un gran porcentaje de las enfermedades que padecemos tiene que ver con el estrés. Este estrés del que tanto se habla no es más que la forma de responder a las agresiones de nuestro sistema nervioso, más exactamente del sistema nervioso autónomo, encargado de las funciones no conscientes (tasa cardiaca, dilatación pulmonar, digestion, contracción arterial…)

El sistema nervioso autónomo se divide funcionalmente en sistema simpático y sistema parasimpático. El simpático prepara el cuerpo para actividades que requieren gasto de energía. Es el que se activa en situaciones de estrés. Originalmente va unido a la situaciones más básicas de supervivencia: defensa, ataque, huída y por lo tanto muy unido a las situaciones que producen estrés. El sistema parasimpático por el contrario reduce la activación provocada por el simpático y está relacionado con la acumulación de energía, la recuperación y la regeneración del organismo. Ambos son antagónicos, es decir, no pueden activarse a la vez. Si uno está activado, el otro forzosamente estará desactivado.

En otra época, hace unos pocos miles de años (puede parecer mucho, pero recordemos que los homínidos llevan millones de años en la tierra) la alternancia de estos dos sistemas era perfecta para la supervivencia: aparición del peligro – activación del sistema simpático – ataque/huida – desaparición del peligro – descanso – activación del parasimpático. En la época actual, en la sociedad occidental en la que estamos, los peligros no suelen provenir de animales salvajes o del ataque de una tribu vecina. Hay pocos peligros que realmente pongan en peligro nuestra supervivencia. Los peligros han cambiado de forma y ya no atentan contra nuestra supervivencia pero el estrés que generan las situaciones es continuo y generan una que vivamos en una excitación constante, en un estado de estrés crónico. El estrés ahora no lo provocan los animales salvajes, estamos tan socializados que el peligro aparece casi siempre en nuestras relaciones diarias. Relaciones con los otros y con nosotros mismos.

Horarios apretados, discusiones laborales, trabajos que nos disgustan, poco tiempo para las relaciones sociales y un enorme número de situaciones más que nos suceden en la vida diaria hacen que estemos en un constante estado de estrés. Un estrés del que no nos podemos deshacer con facilidad debido a que los mecanismos para hacer que desaparezca ya no son factibles. La agresión física o el salir corriendo no son maneras de actuar aceptadas en nuestra en nuestra sociedad. Ni tan solo la expresión de cualquier tipo de agresividad está bien visto; con lo cual nos reprimimos la rabia y acumulamos más y más estrés.

Esta situación a la larga produce un debilitamiento de nuestro sistema y produce la aparición de un gran número de enfermedades ya que sometemos a nuestro cuerpo a una enorme tensión y se reduce mucho el tiempo y la capacidad para recuperarnos.

Para poder hacer frente a estas situaciones de desgaste continuo tenemos algunas opciones. La primera, más importante y más costosa consiste en la revisión de nuestra manera de relacionarnos ya que, como he comentado antes, todo el estrés que acumulamos se produce en situaciones de relación. Revisar qué me altera, que me enfada del otro, cómo llevo mi vida personal o familiar, cómo reacciono el trabajo, si estoy a gusto con lo que hago…. Mil y una cosas que nos llevarán a buen seguro tiempo y dedicación.

Por otra parte también podemos ayudar a reducir nuestro nivel de estrés para poder continuar con nuestro día a día con más comodidad. Tenemos que buscar válvulas que nos permitan soltar algo de nuestra agresividad, poder expresar nuestra rabia. Algo tan sencillo como golpear un cojín (a ser posible pensando en la persona con la que estemos enfadados, ya sea el jefe, el vecino, la madre o la pareja) nos descargará momentáneamente de agresividad y nos ayudará a retomar la relación con esa persona de manera más relajada, ya que el exceso de agresividad no bloqueará o deformará lo que queramos expresar.

Cualquier truco que utilicemos es válido: gritar en el coche, golpear objetos con un palo, pegar a cojines o un colchón, patalear… cualquier acción que nos permita expresar nuestra agresividad en un entorno controlado.

La agresividad es parte de nosotros, ella es la que nos permite “ir hacia”, hacer cosas, seguir vivos. Así que no nos avergoncemos de ella. Intentemos que sea nuestra aliada y no una enemiga.

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Y ahora qué?


Toda persona que inicia un proceso terapéutico lo hace llevada por un motivo diferente. Generalmente nos ha costado bastante tomar esa decisión y la hemos ido postponiendo día tras día,  intentando convencernos de diferentes formas de que “no estoy tan mal” o de que “no tengo tiempo” o “si yo hablo con mis amigos y no lo necesito…” Hasta que la sensación de no poder mas, de que algo que nos impide avanzar y no sabemos cómo continuar se manifiesta en toda su magnitud y nos obliga a dar ese paso.

Como la mayoría de terapeutas mi primer contacto con la terapia fue como paciente. Todo comenzó hace veinte años: me despertaba en medio de la noche con la sensación de que me iba a morir en ese mismo instante, aterrado, con la sensación de que el aire no llegaba a mis pulmones. Todo mi ser se esforzaba en respirar, en volver a tomar aire (cosa que ocurría casi inmediatamente, aunque a mi me pareciera una verdadera eternidad). Después de tres o cuatro respiraciones profundas me convencía de que no me iba a morir en ese momento, pero el estado de terror continuaba durante unos minutos. Un poco de agua, una visita al lavabo y, gradualmente, la respiración volvía a la normalidad y el miedo disminuía. Al mismo tiempo la somnolencia volvía a aparecer y me avisaba que eran las tres o las cuatro de la mañana. Volvía a la cama y pensaba: “debe de haber sido un mal sueño”. Y ahí lo dejaba todo.

Y así siguíó todo durante cuatro o cinco años más. Con el tiempo estos episodios nocturnos se fueron haciendo cada vez más frecuentes y yo continuaba intentando redefinirlos y encuadrarlos como algo  “normal” en mi vida diaria, hasta que empezaron a ocurrir de día. Que esa sensación de falta de aire, de ahogo y de muerte inmediata por dicha sensación de asfixia se produjera en pleno día, durante una clase de la que tuve que salir como un cohete, me asustó muchísimo. ¿Qué me estaba pasando?

Lo consulté con una persona de confianza y me respondió: “eso es un ataque de pánico” y me facilitó el teléfono de un terapeuta Gestalt.

Y allí me presenté. Casi esperando que con aquella visita (el equivalente según mi forma de verlo entonces a una imposición de manos divina) se solucionara mi problema. Albergaba la esperanza de que me dieran la solución mágica para parar aquello, o una serie de ejercicios o que me explicaran de donde procedía aquella angustia para yo, racionalmente, poder solucionar el problema. Buscaba la solución rápida y sin esfuerzos que me permitiera seguir con mi vida tal como la conocía hasta entonces, sin que tuviera que cambiar nada.
¿Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que no había curas milagrosas, y que tampoco me iban a reparar como a una máquina?. Y además me dicen que soy yo el que tendrá que hacer ciertos cambios en mi vida, en mi forma de estar en ella. ¿Cambiar? Pero si yo era un tío cojonudo, no tenía nada que cambiar. Todo iba bien, mi vida iba bien, no tenía ningún problema, todo marchaba de fábula. Solo había alguna que otra cosilla casi sin importancia, como que estaba en un trabajo que me aburría y al que no veía futuro o que mi vida de pareja se había acabado y me encontraba bastante desorientado o que el deporte al que había dedicado tantos años y esfuerzo ya no me decía nada. En resumen: mi vida era un auténtico caos. Pero yo seguía diciéndome que todo estaba bien…

De eso ya hace más de quince años y estoy convencido sin ninguna duda que si para alguien tan “rígido” como yo, con tanta dificultad para mirar hacia adentro, la terapia Gestalt le ha sido de gran ayuda, puede serlo para muchísima gente.

martes, 28 de febrero de 2012

Aceptando lo que somos


Esta es la tercera y (y última, por ahora) publicación sobre aspectos básicos de la teoría de la Terapia Gestalt. Esta vez explicaré brevemente cómo trabajamos e intruciré un elemento que nos diferencia de la mayoría de psicoterapias y en especial de la psicología clínica: la actitud que mantiene el terapeuta. Como siempre, espero que os guste.

A grandes rasgos la manera de trabajar sería la siguiente:
-Contactar con el “aquí y ahora”. Darnos cuenta de qué hacemos, sentimos y pensamos en relación a las situaciones que nos producen sufrimiento. Parece algo de lo más sencillo y sin embargo muchas veces no lo es. En muchas ocasiones nos cuesta asumir que estamos enfadados con alguien o creemos que haciendo o sintiendo algo vamos a romper nuestro autoconcepto. Es en esas situaciones que surge ese pensamiento de “yo no soy así”.

Trabajar con las partes “escondidas” de nuestra personalidad. Con esa “sombra” que nos empeñamos en ocultarnos a nosotros y a los demás y que sin embargo forma parte intrínseca de nosotros mismos, y que en ella misma esconde el potencial para un desarrollo total de la persona. Más allá de lo que nos gustaría ser, de lo creemos que tendríamos que ser y de lo que los otros esperan que seamos, nosotros somos lo que somos. La función de la terapia Gestalt es ayudar a desarrollar el potencial de cada uno, sacando a la luz el tesoro de la individualidad que llevamos dentro.

Hay una confianza implícita en la capacidad de la persona de que conforme vaya tomando cada vez más contacto con lo que hace, con lo que le gusta, con lo que siente y con lo que piensa, habrá una mayor libertad para elegir con conciencia. Una mayor posibilidad de cambio al abrirse ante él un mayor abanico de posibilidades. Y por último, una elección responsable: de todas las cosas que puedo hacer aquí y ahora, elijo hacer ésta.

La actitud del terapeuta

En la terapia Gestalt existe una actitud más de respeto por la enfermedad de la persona que un intento de efectuar cambios. El cliente no necesita otra persona más que le diga lo que tiene que hacer.  El terapeuta acepta a la persona tal como es. Esta forma de trabajar sería el llamado “acompañamiento” terapéutico

El terapeuta se centra para ello en estar presente en el aquí y ahora, con una actitud de apertura y aceptación de lo que surja. Podemos decir que pone las condiciones necesarias para que el cliente pueda poner en marcha y experimentar su “darse cuenta”.

¿Qué es el darse cuenta? Es una forma de vivenciar. Es el proceso de prestar atención, estando en contacto con la situación o necesidad más importante que surja en el momento actual e igual de importante, qué sentimos, que reacción nos despierta y cómo hacemos frente a esa necesidad  o situación.

 Desde la terapia Gestalt se cree firmemente que la relación por sí misma es curativa. El terapeuta ofrece confianza, respeto y aceptación. Es la propia persona, que sintiéndose aceptada y respetada, podrá  empezar desde el primer momento a recuperar su propio respeto y aceptación  y, desde ahí, empezar a realizar cambios en su manera de relacionarse.

martes, 14 de febrero de 2012

¡Yo no soy neurótico!


El concepto de enfermedad y la neurosis, la visión gestáltica.
Todas las teorías que tratan de la salud y la enfermedad tienen su propia definición sobre ellas.

Para Fritz Perls -creador del método gestáltico-  la enfermedad mental era la consecuencia directa de un alto grado de neurosis ¿Neurosis? ¿Qué es eso? Primero decir que en mayor o menor medida  todos somos neuróticos. Todos somos individuos que se desarrollan en una sociedad, para nosotros son de gran importancia las relaciones, y sin ellas, seguramente no sobreviviríamos. Es en este plano donde aparece la neurosis, en la frontera de contacto entre nosotros mismos y los demás, cuando se produce un conflicto aparentemente irresoluble entre la necesidad real que percibimos en nosotros mismos y lo que creemos que nos demanda el entorno.

Un ejemplo sencillo para ilustrar lo anterior:

Víctor es un enamorado de la música coral. Después de meses de ensayos finalmente va a realizar su primer recital. El auditorio está lleno, familia y amigos han venido a verlo. Todo está listo para el gran estreno. Por fin el ansiado día ha llegado. De inicio todo va perfecto: el sonido, la compenetración de los cantantes… Pero a Víctor con las prisas se le ha olvidado ir al lavabo antes de la actuación. Al principio es sólo una molestia sin importancia, pero con el paso del tiempo la urgencia es cada vez mayor. Víctor se siente en una disyuntiva: salir disimuladamente del coro e ir al lavabo… seguramente le verán abandonar el escenario y pasará una enorme vergüenza frente al público, frente a sus amigos y familiares o por el contrario quedarse y llegar hasta el intermedio, sufriendo un cada vez más evidente baile. Víctor quiere ir al lavabo pero no se decide; finalmente decide quedarse en el escenario. El resultado es que algo que inicialmente iba a ser una bonita velada se convierte en una tortura. No hay satisfacción y tampoco se puede concentrar en cantar. Víctor siente que su actuación es bastante mala pero no sabe cómo puede resolver esa situación.

Este ejemplo muy sencillo nos serviría como una de las posibles definiciones del concepto de neurosis. En este caso la persona ha dado prioridad a la convención social –quedar bien en este caso- frente a una necesidad real propia. Esta situación puede resultar hasta cierto punto banal, pero si la extrapolamos a decisiones más importantes en las que se vean incluidas pareja, familia, hijos, salud, trabajo o amigos, puede llevarnos a graves desequilibrios.

Si escuchamos a nuestro juez interior y sus”deberías” y nos negamos a escuchar nuestras necesidades reales, perpeturaremos un estado de insatisfacción continua, ya que todos nuestros actos estarán encaminados a aplacar una exigencia que poco o nada tiene que ver con la necesidad original  . La terapia Gestalt funciona como una manera de que se han ido formando a lo largo de nuestra vida. El trabajo consiste en ir poco a poco revisando esas actitudes o formas de comportarnos en el día a día. Vivenciar de qué manera respondemos ante las demandas externas: ¿Hacemos realmente lo que queremos hacer o por el contrario nos dejamos llevar por lo que nos dicen los otros?, ¿o por lo que creemos que quieren los otros? y con el tiempo vamos acumulando más y más frustración, cada vez más metidos en una vida que no nos gusta, con la sensación de que el tiempo se acaba…

jueves, 9 de febrero de 2012

¿Gestalt? ¿Qué es eso?

El término Gestalt proviene del alemán y admite varias traducciones posibles entre ellas forma, estructura o creación.

La terapia Gestalt se puede incluir dentro de las psicoterapias humanistas que aparecieron en Europa y EEUU después dela Segunda GuerraMundial y que recuperaban el aspecto positivo de la visión de la persona, contemplando la posibilidad de un cambio en ésta basado en asumir la responsabilidad de la propia vida, tratando al individuo como una unidad, como un todo. Dichas terapias ponían énfasis en la relación, tanto de la persona consigo misma como con el entorno y en los conflictos que se originan en dicha relación. Son una respuesta, una visión diferente y más esperanzada en las posibilidades de la persona que las psicoterapias dominantes durante la época anterior, entre ellas, de las más conocidas, el psicoanálisis.

Todas las psicoterapias humanistas tienen en común la confianza en la persona como agente activo en su salud. Se cree en el potencial de la persona para evolucionar, se confía en que la persona tiene sus propias respuestas para resolver sus problemas. No hay una respuesta única a los problemas presentados, sino que cada persona tiene su propio camino, toma sus propias decisiones y se responsabiliza de su propia vida.

La Terapia Gestaltaparece de la mano de Fritz Perls, Médico psiquiatra alemán, a mediados del siglo XX. Perls poseía una enorme habilidad para sintetizar y utilizar para su trabajo terapéutico técnicas de diferentes modalidades que considerara útiles o interesantes. Así que la terapia Gestalt., en su inicio, recibe influencias del psicoanálisis (en el que Perls estaba formado), del teatro, el psicodrama, la filosofía existencialista, la psicología de la percepción alemana de los años 40 y más tarde del Zen y tradiciones chamánicas. Todo ello conforma una nueva manera de hacer terapia donde tanto el cliente como el terapeuta participan activamente y donde el  aquí y ahora toma el papel principal, donde el cómo hago las cosas y el para qué las hago toman más importancia que el por qué.

La Terapia Gestalt en la actualidad
 Con el paso de los años se ha ido enriqueciendo con las aportaciones de los profesionales que han ido dejando su experiencia en ella. Podemos decir que ha llegado a una cierta madurez, donde la experimentación (sobre todo en los años 60) ha dado lugar a un mayor cuerpo teórico.

 Durante muchos años se ha utilizado con gran asiduidad una frase de Perls que decía que “la terapia Gestalt era demasiado beneficiosa para limitarla a los enfermos”. Creo en esa afirmación y mi propia experiencia está de acuerdo con ella, ya que la terapia Gestalt es también una herramienta potente para el autoconocimento y la mejora del bienestar personal, y nos dota de herramientas para afrontar los obstáculos de la vida así como  formas de mejorar nuestras relaciones. Pero sobre todo, a lo largo de los años, creo que se ha producido un avance en la efectividad de la terapia frente a todo tipo de enfermedades (depresiones, fobias, trastornos obsesivos…) y ha empezado a cobrar una gran presencia y relevancia en los mundos de la pedagogía y la educación, a todos los niveles.