2ª Parte:
Mostrándonos al mundo
Esta semana queremos compartir el segundo post dedicado a algo siempre complicado en nuestro día a día: los límites.
El hecho de poner límites tendemos a verlo casi siempre desde la
perspectiva de la protección. Los relacionamos con decir que no, con la
posibilidad de
evitar que nos hagan daño, que nos
invadan, que nos
agredan.
En esta ocasión vamos a intentar poner la mirada en el lado opuesto.
Más que en el beneficio inmediato que poner un límite nos puede aportar,
nos centraremos en mostrar las posibilidades que se nos abren al
ponerlos. Cuando establecemos claramente un límite y éste está basado en
una necesidad, nos estamos protegiendo. Si sabemos qué es lo que no
queremos para nosotros, qué es lo que nos hace daño, nos disgusta,
agrede o avergüenza; también, haciendo un pequeño giro podremos
descubrir lo que queremos para nosotros, lo que nos gusta, nos sienta
bien, nos proporciona placer, nos alegra o nos produce ternura. Visto de
esta manera los límites nos ponen en contacto con lo que necesitamos y
nos dan la oportunidad de
pedir, de
dar, de
recibir y, en última instancia,
mostrarnos al mundo
tal como somos.
Pedir, dar y recibir merecen ser tratadas con cariño y extensión, así
que en breve cada una de estas acciones tendrá su respectiva entrada en
el blog. El de hoy irá dedicado al “mostrarse” y lo que nos implica.
¿Qué significa eso de “
mostrarse”?
Mostrar(nos)
es un concepto muy amplio que incluiría cualquier acción que nos haga
interactuar en un entorno con más personas. Mostrarnos es saludar al
vecino, dar nuestra opinión en una conversación de trabajo o expresar
que tenemos miedo. Es defender un ideal o callarnos cuando no queremos
llamar la atención.
Hagamos lo que hagamos nos mostramos, incluso cuando
intentamos no hacerlo: escondernos o intentar pasar desapercibidos
también es una forma de mostrarnos en nuestro entorno (de
no-mostrarnos). El sentido que le queremos dar aquí es el de dejar que
nos vean de manera
real,
integral, tal como somos, de una manera que
incluya
tanto los aspectos con los que nos gusta identificarnos como los que
nos resultan incómodos o desagradables que, no lo olvidemos, son
parte de
nosotros.
El mostrarse va íntimamente
relacionado con la
dignidad
de ser. Con reconocernos como personas dignas de ser como somos y de
sentir como sentimos más allá de lo que “deberíamos” ser. Como ya he
dicho en otras ocasiones, un núcleo del trabajo terapéutico es que la
persona recupere el sentimiento de dignidad, de aceptación hacia lo que
ella es, siente y necesita.
Mostrarnos es uno de las acciones más difíciles y arriesgadas a las
que tenemos que enfrentarnos en el día a día de nuestras relaciones.
Mostrarnos quiere decir
dejar que los otros
nos vean
como realmente somos, dejar de lado las máscaras que lucimos en nuestro
día a día. Máscaras de fortaleza, seguridad, control, dominio,
serenidad, competencia, diversión, capacidad, audacia y cualquier otra
característica que nuestra sociedad valore como positiva y nosotros
creamos que debemos lucir.
El
hecho de que lo consideremos una acción arriesgada es por que
mostrándonos al otro, abriéndonos, le hacemos partícipe de lo que
queremos, deseamos o simplemente manifestamos nuestro punto de vista a
la vez que también le estamos dejando ver nuestra vulnerabilidad,
nuestras limitaciones, nuestros miedos o nuestro dolor. Nos quitamos las
máscaras y, no nos engañemos, enfrentarse al mundo sin
máscaras produce
miedo.
¿Miedo a qué?. Miedo al rechazo, a sentirnos torpes, aburridos,
imperfectos, incapaces, vulnerables, incompetentes. A que si el otro ve
esa parte de nosotros nos abandone, o agreda; miedo a sentirnos
agredidos o heridos, a que utilicen lo que ven en nuestra contra. Miedo,
en definitiva, a sentirnos
avergonzados de
cómo somos.
¿Qué ocurre cuando nos ven, cuando damos la oportunidad de que nos
vean realmente como somos, cuando nos mostramos? ¿Qué ocurre cuando
caminamos por esa fina línea en la que nos arriesgamos a sentir dolor, a
ser rechazados?
En primer lugar puede ocurrir que se satisfagan nuestras de
necesidades. Como ya dijimos en el anterior post, si contactamos con la
propia necesidad, respetándola y expresándola, podemos pedir o
ir en busca de lo que realmente
necesitamos.
De esta manera la necesidad se muestra de manera clara. Podemos reducir
entonces las manipulaciones que se suelen dar si no asumimos o no nos
damos cuenta de lo que necesitamos. Con manipulaciones nos referimos a
todo lo que hacemos (y el
esfuerzo que invertimos) en
dar vueltas para no pedir algo claramente: Cuidar al otro cuando en
realidad necesitamos que nos cuiden a nosotros, pedir de forma indirecta
(cariño, ¿no tienes frío? En vez de decir “tengo frío, puedes traer una
manta?”), o esperar que el otro nos lea la mente de manera mágica y
adivine lo que en ese momento necesitamos. En resumen; si nuestra
necesidad la percibimos y expresamos con claridad aumenta (y de qué
manera) la
posibilidad de que se
satisfaga.
Mostrando realmente cómo somos y qué necesitamos nos
abrimos al
contacto real con el
otro. Cuando eso ocurre se convierte en un momento
único
donde el otro nos ve tal como somos y nos puede querer y apreciar por
eso, por lo que somos, no por lo que aparentamos o queremos ser. Poder
vivir ese amor incondicional hacia nuestra persona, sentirnos plenamente
aceptados y queridos sin tener que hacer o demostrar
nada, sólo por el hecho de ser nosotros mismos es una de las
experiencias más gratificantes y emocionantes que se pueden tener. A la
vez que si a otra persona hace lo propio, se produce un encuentro real
entre dos personas. Un encuentro donde cada uno está en contacto consigo
mismo y a la vez con el otro. Un momento real y
único.
El resultado de mostrarnos, de aceptar cómo somos y qué necesitamos,
hace que nos vayamos relacionando de una manera diferente con nuestro
entorno, cada vez más en igualdad de condiciones, con una mayor
seguridad, con un mayor sentimiento de
dignidad y como resultado una mayor
paz y tranquilidad ante la vida.
El límite en definitiva, pone de manifiesto nuestra humanidad y, nuestra humanidad nos muestra a nosotros y al mundo que
no somos
perfectos,
que no podemos con todo ni somos culpables, responsables de todo lo que
ocurre a nuestro alrededor. El límite nos sitúa en nuestro lugar y a la
vez que nos permite empezar mostrarnos como somos también nos permite
ver al otro como alguien que existe, que siente y que toma sus propias
decisiones, otorgándole también una medida más
real. Pero esto es ya tema para el siguiente post.