Miguel Endrino
  • Sobre el miedo

  • Cariño...Tenemos que hablar. Sobre la pareja y el conflicto.

  • Poniendo límites. El respeto por uno mismo.

viernes, 7 de octubre de 2016

Cambio de casa

Este blog queda inactivo ya que estoy iniciando un nuevo proyecto. Un proyecto centrado en la gestión del miedo y en cómo te puede ayudar esa gestión para mejorar tu vida.

Así nos vemos en la nueva web:

http://encontrarelcamino.com/

Un abrazo

Miguel


domingo, 30 de noviembre de 2014

Sobre el miedo

Desde el momento que somos lanzados y lanzadas a la aventura de la vida, camina junto a nuestro lado un compañero inseparable que,  de tan acostumbradøs que estamos a su presencia, hasta olvidamos que está ahí. Nacemos, crecemos, evolucionamos, nos relacionamos y morimos junto a ese acompañante fiel; el miedo.

Y, claro, como todo compañía,  es de suma importancia cómo nos relacionamos con ella. Qué relación establecemos con esa emoción: ¿Nos dejamos aconsejar por ella? ¿La evitamos? ¿La ignoramos? ¿La llevamos como una pesada carga? ¿La ocultamos a los demás? ¿Nos avergonzamos de ella? ¿La negamos? ¿Nos paraliza? ¿Nos limita?

El miedo es una de las cuatro emociones básicas junto con la alegría, tristeza y la rabia.. Su función principal es la de avisarnos de  situación que conlleva un riesgo para nuestra integridad. Que tengamos en cuenta que podemos sufrir daños. Esa es su función biológica; la de mostrarnos el peligro y darnos la posibilidad de escapar, atacar o defendernos. Por tanto el miedo tiene una función adaptativa, de protección del individuo y de la especie. Valoramos el peligro y reaccionamos en función de lo que es mejor para nuestra supervivencia.

Si la cosa sólo fuera ésta, aquí acabaría el post y a otra cosa, ya hemos definido el miedo, es algo muy útil para nosotros y hasta la próxima entrada del blog. La realidad es otra. Todas nuestras relaciones, todos nuestros actos van irremediablemente unidos a una emoción (o a varias a la vez), por lo que el miedo aparece en la mayoría de situaciones de interacción con “el otro” o en muchísimas situaciones en las que proyectamos o pensamos lo que vamos/tenemos que hacer o en las decisiones que vamos/tenemos que tomar. El miedo (o su ausencia) tiñen de alguna manera casi todas las acciones de nuestro hacer diario.

El miedo, como hemos visto antes, tiene una parte biológica y, también tiene una parte aprendida o modulada. Es en la infancia cuando sintiendo miedo en alguna situación  y ante la respuesta de los padres (o figuras paternas) que aprendemos a manejar esta emoción de una determinada manera. Un niño o una niña que se siente protegido/a y seguro/a no identificará y gestionará el miedo de la misma manera que uno que uno/a que son sus propios padres la fuente de de ese miedo (agresiones, disputas en la ruptura de pareja, utilización del/la pequeño/a como una pieza de cambio en las peleas de los padres…). No se aprenderá a gestionar la emoción de la misma manera cuando es tratada con normalidad y comprensión a cuando se le dice al pequeño/a “no tienes que sentir miedo” o “no es de hombres”. Esto son sólo dos de los cientos de ejemplos de cómo el miedo es tratado dentro del núcleo familiar; cada familia es un mundo, cada niñø aprende lo que está bien o mal, lo que puede o no puede hacer dentro de su familia, dentro de su aprendizaje.

Todo lo anterior (la biología y el aprendizaje de la gestión de la emoción) hace que cuando llegamos a adultos, el “cómo” gestionemos el miedo no se diferencie mucho de cómo lo aprendimos a gestionar de niños. La mayoría, con el paso de los años, utilizamos las mismas estrategias que aprendimos de pequeñøs y las continuamos aplicando al mundo “de los adultos”. En muchísimos casos  (siendo generosos) somos niñøs asustadøs atrapadøs en cuerpos de adultos, intentando que no se nos note.

Y vamos por el mundo escondiéndonos de la confrontación para evitar que nos hagan daño, o no dejando de hacer cosas temiendo el resultado,  o no dejando un momento de silencio, o encabalgando parejas para no sentir la soledad, o asustando y amedrentando a los/las demás para demostrarnos que no tenemos miedo.

No es necesario que aparezca un tigre que nos devore para sentir miedo. Muchísimas situaciones lo generan; una cucaracha andando por el suelo generará desagrado, asco y… miedo (en una pequeña proporción). Una confrontación con un superior para pedirle un aumento de sueldo o una reducción horaria generará un miedo al conflicto, o a la posibilidad de perder el trabajo. El miedo tiene toda una graduación: desde las sensaciones de desagrado o pereza, hasta el terror o el pánico más extremo. Entre uno y otro hay una línea de casi infinitos matices. El problema es que como socialmente está mal visto tener miedo y, sólo identificamos como miedo situaciones extremas. La realidad es que está mucho más presente de lo que nos gustaría.

Tenemos miedo a fallar, a hacerlo mal, a no actuar de manera correcta, a no ser suficientemente buenos/as, a que nos hieran emocionalmente, a que nos dejen, nos critiquen, a no saber lo suficiente, a que nos comparen y perdamos en la comparación, a que no nos vean, miedo al silencio, a hacer daño, a que no se nos entienda, a que nos abandonen, a perder, a no ser suficientemente algo (masculinøs, femeninøs, listøs, durøs, divertidøs, inteligentes, sabiøs, …), miedo a perder el control, a ser malas personas, a que nos rechacen, miedo a la soledad, a la muerte y, seguramente, a decenas de cosas más que en este momento no se me ocurren.

Si la gestión de ese miedo  no nos supone ninguna dificultad en nuestro día a día, no hay ningún problema. El problema surge cuando ese miedo nos coloca en una situación de dificultad, cuando no deja que seamos nosotros/as mismos/as y nos a atenaza, nos paraliza y  bloquea. Es aquí donde es importante la intervención terapéutica. Y eso… lo dejamos para el siguiente post.


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Cariño... tenemos que hablar (II)

Segunda Parte: La intervención terapéutica

Y así es como llega la pareja a la sesión: con una sensación de que hay un problema grave que no son capaces de resolver. La terapia intenta que las parejas encuentren soluciones a sus problemas dentro de su particular manera de funcionar, de ninguna manera imponiendo la visión o los prejuicios del terapeuta. Como he dicho antes son ellos los que definen su modelo de pareja.

La intervención se plantea desde varios puntos. Antes que nada es importante dilucidar si ambos quieren seguir siendo pareja y cual es la motivación que les mueve al venir. Acudir a terapia de pareja no es sinónimo de arreglar nada. Es posible que durante la terapia nos demos cuenta que no podemos o queremos continuar con el modelo que teníamos hasta el momento, o de darnos cuenta que el proyecto que iniciamos con la otra persona no tiene futuro, o ya no nos satisface o no lo queremos continuar o… A veces la mejor manera de continuar es aceptar la ruptura y si esta se produce en terapia se puede dar la oportunidad de cerrar la relación de una manera harmoniosa y amorosa. Una ruptura no debe ser tomada como un fracaso.

Uno de los primeros objetivos es el de apoyar, fomentar o, en el caso de que esté deteriorada, reestablecer la comunicación. Que ambos puedan expresar al otro cómo se sienten y qué necesitan en la relación y a partir de aquí buscar acuerdos, negociaciones o soluciones que sean satisfactorias para los dos. Restablecer la comunicación no es solo hablar. Conlleva saber escuchar las necesidades del otro y poder expresar las propias.

Otro objetivo que creo necesario es el de explicitar y actualizar los acuerdos, condiciones y roles con los que se inició la relación y los que en la actualidad existen, para poder llegar a una mayor claridad sobre lo que la pareja me aporta, lo que yo aporto y si estas condiciones nos satisfacen, las queremos mantener, cambiar o eliminar.

Paralelamente se plantea el trabajo individual de ambos, ya que la pareja, como cualquier otra relación, es un punto de encuentro con lo externo, con el “otro”. A esa relación llegamos cargados de nuestras expectativas, valores, deseos y necesida des; pero también llegamos con nuestros miedos, exigencias y manipulaciones. Es importante también cierto trabajo individual donde podamos darnos cuenta más claramente de cómo nos relacionamos con nosotros mismos (cómo nos vemos, cuáles son nuestras carencias, nuestros puntos fuertes) y cómo influye eso en el otro y en la relación. Cómo, cuando y de qué manera damos, pedimos, recibimos, dañamos y en qué momento nos hacen daño. 
También es habitual la utilización de juegos o ejercicios para hacer durante la semana o semanas que hay entre sesiones, siempre lo más adaptados a las necesidades de la pareja (dinámicas para favorecer la comunicación, técnicas de asertividad, juegos para movilizar lo agresivo sin dañar al otro o juegos eróticos), ya que el cambio sobre todo se da fuera de la consulta y requiere de cierta actitud y constancia.

Por último me gustaría decir que mas allá de solucionar una crisis, la función de la terapia es dotar a los integrantes de la pareja de herramientas para que puedan encarar el futuro. Para que puedan decidir lo más libremente posible si quieren estar con esa persona y cómo quieren estar. Tener herramientas para poder afrontar los cambios que la pareja toma con el paso del tiempo o, en última instancia y si eso es lo que queremos, poder decidir que la relación ha llegado a su fin.

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martes, 25 de febrero de 2014

Cariño...Tenemos que hablar

Primera parte: La pareja y el conflicto

¿Quién no ha escuchado esa frase y se ha puesto a temblar? Yo sí, y la he escuchado o dicho, cuando en mi relación de pareja algo ha estado yendo mal durante un tiempo y uno de los dos ha puesto de manifiesto su incomodidad o cansancio con una situación. Unas veces (la mayoría) el tema a tratar serán las cuestiones relacionadas con los ajustes normales en toda relación cosas tan sencillas como renegociar quién lava la ropa o saca el perro a pasear. Otras veces los temas a tratar serán más importantes y pueden estar incluidas desde la educación de los hijos a la gestión económica y, por último nos encontramos ante aquellas situaciones en las que se ha llegado a un punto tal que la relación ya está seriamente dañada o uno de los integrantes ya no puede más.
Todos  tenemos una necesidad de pertenencia, de establecer vínculos, de sentirnos parte de algo que nos aporte seguridad, reconocimiento y cariño. En la mayoría de casos, en nuestra sociedad, la pareja es ese vínculo, esa relación. La pareja, desde mi punto de vista, es el vínculo entre dos personas que deciden tener un proyecto común en el tiempo en el que hay cabida para la amistad, el compromiso y el sexo. El contenido y la forma de ese vínculo es lo que nos toca definir a cada uno de nosotros.

Es decir; no hay una manera de entender la pareja, sino que cada pareja decide cómo quiere que sea su proyecto: cuánto tiempo quieren estar juntos, de qué manera y cuántas veces se van a ver, objetivos de la relación, compromisos de uno y otro, límites, motivos de ruptura, maneras de relacionarse con las familias de ambos, si van a tener descendencia…. Y así podíamos estirar la lista hasta casi el infinito.

Generalmente este listado es un “contrato” no explicitado en muchos de sus aspectos. Lo que nos lleva a que cada miembro de la pareja tenga una idea de cómo debe ser ésta; idea que en algunos casos no se ha contrastado con la otra persona. Quizás, para algunas personas, especificar tanto sea visto como algo “poco romántico” (el/ella debería hacer esto/saber esto si me quiere) pero en la pareja considero que es importantísimo separar los ideales, lo que nos gustaría con lo que en realidad tenemos y la pareja nos proporciona. De esta manera evitaríamos más de un mal entendido y esto nos aportará más tranquilidad o en su caso mayor claridad sobre los límites y condiciones de la relación

La relación de pareja cambia y pasa por diferentes momentos y etapas. No es lo mismo la problemática que podemos encontrar en una pareja que se acaba de formar y que está empezando a sentar las bases de cómo va a ser su relación que la que encontraremos en unos recién casados, en una pareja que ha tenido hijos, en una que no los puede tener, en otra que los hijos marchan de casa o en una que sus miembros llegan a la jubilación o la que llega a la vejez.

transSex11En muchos los momentos de la relación surge el conflicto, continuamente se tienen que dar ajustes en la pareja y cada vez que se tiene que hacer un ajuste puede aparecer un conflicto. Un conflicto no es más que una problemática que surge en este caso de dos opiniones o posturas diferentes y en apariencia muy distantes. El conflicto no es más que una expresión de la relación y en sí no es ningún problema. El problema es la manera de enfrentar y resolver los conflictos: ¿se negocia y se llega a acuerdos?, ¿el conflicto provoca enfrentamiento en la pareja y tiene que haber un vencedor y un perdedor?, ¿se arrinconan  los conflictos y se espera que se resuelvan solos?, ¿culpamos al otro?

En la mayoría de casos, cuando una pareja toma la decisión de acudir a terapia de pareja no es por un asesoramiento sobre cómo gestionar algún problema puntual de la vida cotidiana sino por que ve peligrar seriamente el futuro de la relación.
Distancia
Estos son algunos de los conflictos, que mal gestionados suelen llevar a que la pareja se desestabilice y entre en crisis: dificultades económicas, infidelidades, desacuerdos en la educación de los hijos, intromisión en la pareja de la familia/s, rutina, mentiras, celos, implicación en las tareas de casa, peleas, el fin de un proyecto en común, la diferente evolución de los cónyuges a lo largo de los años, emancipación de los hijos, expectativas demasiado altas sobre el otro, enfermedades, jubilación….

Y así es como llega la pareja a la sesión: con una sensación de que hay un problema grave que no son capaces de resolver. La terapia intenta que las parejas encuentren soluciones a sus problemas  dentro de su particular manera de funcionar, de ninguna manera imponiendo la visión o los prejuicios del terapeuta. Como he dicho antes son ellos los que definen su modelo de pareja.

Hasta aquí la primera parte de este post. La semana que viene continuaremos con el trabajo terapéutico que se realiza en en estos casos.

miércoles, 10 de julio de 2013

Poniendo límites II


2ª Parte: Mostrándonos al mundo

Esta semana queremos compartir el segundo post dedicado a algo siempre complicado en nuestro día a día: los límites.

El hecho de poner límites tendemos a verlo casi siempre desde la perspectiva de la protección. Los relacionamos con decir que no, con la posibilidad de evitar que nos hagan daño, que nos invadan, que nos agredan.

En esta ocasión vamos a intentar poner la mirada en el lado opuesto. Más que en el beneficio inmediato que poner un límite nos puede aportar, nos centraremos en mostrar las posibilidades que se nos abren al ponerlos. Cuando establecemos claramente un límite y éste está basado en una necesidad, nos estamos protegiendo. Si sabemos qué es lo que no queremos para nosotros, qué es lo que nos hace daño, nos disgusta, agrede o avergüenza; también, haciendo un pequeño giro podremos descubrir lo que queremos para nosotros, lo que nos gusta, nos sienta bien, nos proporciona placer, nos alegra o nos produce ternura. Visto de esta manera los límites nos ponen en contacto con lo que necesitamos y nos dan la oportunidad  de pedir, de dar, de recibir y, en última instancia, mostrarnos al mundo tal como somos.

Pedir, dar y recibir merecen ser tratadas con cariño y extensión, así que en breve cada una de estas acciones tendrá su respectiva entrada en el blog. El de hoy irá dedicado al “mostrarse” y lo que nos implica.

¿Qué significa eso de “mostrarse”?

Mostrar(nos) es un concepto muy amplio que incluiría cualquier acción que nos haga interactuar en un entorno con más personas. Mostrarnos es saludar al vecino, dar nuestra opinión en una conversación de trabajo o expresar que tenemos miedo. Es defender un ideal o callarnos cuando no queremos llamar la atención.
Hagamos lo que hagamos nos mostramos, incluso cuando intentamos no hacerlo: escondernos  o intentar pasar desapercibidos también es una forma de mostrarnos en nuestro entorno (de no-mostrarnos). El sentido que le queremos dar aquí es el de dejar que nos vean de manera real, integral, tal como somos, de una manera que incluya tanto los aspectos con los que nos gusta identificarnos como los que nos resultan incómodos o desagradables que, no lo olvidemos, son parte de nosotros.

El mostrarse va íntimamente relacionado con la dignidad de ser. Con reconocernos como personas dignas de ser como somos y de sentir como sentimos más allá de lo que “deberíamos” ser. Como ya he dicho en otras ocasiones, un núcleo del trabajo terapéutico es que la persona recupere el sentimiento de dignidad, de aceptación hacia lo que ella es, siente y necesita.

Mostrarnos es uno de las acciones más difíciles y arriesgadas a las que tenemos que enfrentarnos en el día a día de nuestras relaciones. Mostrarnos quiere decir dejar que los otros nos vean como realmente somos, dejar de lado las máscaras que lucimos en nuestro día a día. Máscaras de fortaleza, seguridad, control, dominio, serenidad, competencia, diversión, capacidad, audacia y cualquier otra característica que nuestra sociedad valore como positiva y nosotros creamos que debemos lucir.

El hecho de que lo consideremos una acción arriesgada es por que mostrándonos al otro, abriéndonos, le hacemos partícipe de lo que queremos, deseamos o simplemente manifestamos nuestro punto de vista a la vez que también le estamos dejando ver nuestra vulnerabilidad, nuestras limitaciones, nuestros miedos o nuestro dolor. Nos quitamos las máscaras y, no nos engañemos, enfrentarse al mundo sin máscaras produce miedo.

identidad¿Miedo a qué?. Miedo al rechazo, a sentirnos torpes, aburridos, imperfectos, incapaces, vulnerables, incompetentes. A que si el otro ve esa parte de nosotros nos abandone, o agreda; miedo a sentirnos agredidos o heridos, a que utilicen lo que ven en nuestra contra. Miedo, en definitiva, a sentirnos avergonzados de cómo somos.

¿Qué ocurre cuando nos ven, cuando damos la oportunidad de que nos vean realmente como somos, cuando nos mostramos? ¿Qué ocurre cuando caminamos por esa fina línea en la que nos arriesgamos a sentir dolor, a ser rechazados?

En primer lugar puede ocurrir que se satisfagan nuestras de necesidades. Como ya dijimos en el anterior post, si contactamos con la propia necesidad, respetándola y expresándola, podemos pedir o ir en busca de lo que realmente necesitamos. De esta manera la necesidad se muestra de manera clara. Podemos reducir entonces las manipulaciones que se suelen dar si no asumimos o no nos damos cuenta de lo que necesitamos. Con manipulaciones nos referimos a todo lo que hacemos (y el esfuerzo que invertimos) en dar vueltas para no pedir algo claramente: Cuidar al otro cuando en realidad necesitamos que nos cuiden a nosotros, pedir de forma indirecta (cariño, ¿no tienes frío? En vez de decir “tengo frío, puedes traer una manta?”), o esperar que el otro nos lea la mente de manera mágica y adivine lo que en ese momento necesitamos. En resumen; si nuestra necesidad la percibimos y expresamos con claridad aumenta (y de qué manera) la posibilidad de que se satisfaga.

desenmascaraMostrando realmente cómo somos y qué necesitamos nos abrimos al contacto real con el otro. Cuando eso ocurre se convierte en un momento único donde el otro nos ve tal como somos y nos puede querer y apreciar por eso, por lo que somos, no por lo que aparentamos o queremos ser. Poder vivir ese amor incondicional hacia nuestra persona, sentirnos plenamente aceptados y queridos sin tener que hacer o demostrar nada, sólo por el hecho de ser nosotros mismos es una de las experiencias más gratificantes y emocionantes que se pueden tener. A la vez que si a otra persona hace lo propio, se produce un encuentro real entre dos personas. Un encuentro donde cada uno está en contacto consigo mismo y a la vez con el otro. Un momento real y único.

El resultado de mostrarnos, de aceptar cómo somos y qué necesitamos, hace que nos vayamos relacionando de una manera diferente con nuestro entorno, cada vez más en igualdad de condiciones, con una mayor seguridad, con un mayor sentimiento de dignidad y como resultado una mayor paz y tranquilidad ante la vida.
El límite en definitiva, pone de manifiesto nuestra humanidad y, nuestra humanidad nos muestra a nosotros y al mundo que no somos perfectos, que no podemos con todo ni somos culpables, responsables de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. El límite nos sitúa en nuestro lugar y a la vez que nos permite empezar mostrarnos como somos también nos permite  ver al otro como alguien que existe, que siente y que toma sus propias decisiones, otorgándole también una medida más real. Pero esto es ya tema para el siguiente post.

lunes, 3 de junio de 2013

Poniendo Límites. I


1ª Parte : El respeto a la propia necesidad.

Un límite es una línea real o imaginaria que separa dos cosas, una frontera, un tope. Así lo podemos definir en lo material (una valla, una frontera, una señal de peligro) y también en el campo emocional y relacional.

El tema de poner límites es más complejo de lo que en inicio parece. “No es tan complicado, solo hay que decir que no o decir basta”. Pues no, no es tan fácil. En el complicado mundo de las relaciones, establecer límites nos confronta con nosotros mismos y con los demás. Si no escuchamos la propia necesidad a veces nos pasamos poniéndolos, o los ponemos muy lejos (con lo cual nos aislamos) o son demasiado rígidos, o no los dejamos claros y con ello provocamos confusión o directamente no los ponemos o….Si nos relacionamos constantemente estamos poniendo, quitando, cambiando y moviendo límites en nosotros mismos y con quien nos relacionamos.

Los primeros límites se nos empiezan a poner en la más tierna infancia cuando se nos dice “no”. Cuando nuestros padres o educadores nos ponen un límite y no nos permiten hacer alguna cosa (aparte de fastidiarnos enormemente) están formando nuestra personalidad. Cuando al niño se le pone un límite se establecen las bases para que entienda que él no es omnipotente, que no lo es todo ni lo puede tener o hacer todo. Al poner un límite al niño, la persona que se lo pone le está diciendo “yo también existo”, es decir, hay más cosas aparte de ti. En la educación de un hijo poner límites puede significar en un acto de amor y cuidado (que la gran mayoría de veces requiere de aplomo, perseverancia y resistencia a los más que probables lamentos o lloros del pequeño) ya que se van asentando las bases para que el niño pueda sostener la frustración. Los límites son una guía donde el niño se sustenta y, con ellos, se le está enseñando a “ver al otro” y a través de ello desarrollar la empatía. Pero este no va a ser un post sobre la importancia de los límites en la infancia, sino que quiere tratar de cómo nos afecta a los adultos.

Antes de poner un límite

En primer lugar poner un límite nos exige un trabajo previo de “darnos cuenta”. Es complicado que digamos basta, digamos no o esto me molesta de una manera que nos haga bien si no hemos tenido en cuenta nuestras propias necesidades; si no sabemos qué es lo que nos perjudica, nos hace daño o nos disgusta o, en el lado contrario; qué es lo que queremos, cómo lo queremos, que nos agrada, qué nos hace bien, qué cosas nos alegran…

En este primer punto ya empiezan a aparecer los problemas. Un gran número de personas llegan a la edad adulta con muy poca atención a sus propias necesidades. Son (somos, me incluyo en este grupo) personas que han asumido por uno u otro motivo que sus necesidades o emociones no son demasiado importantes, personas que dudamos de lo que sentimos o incluso que podemos llegar a pensar que lo que sentimos o necesitamos no es bueno. Estas maneras de hacer son mucho más habituales de lo que en principio podríamos pensar. Es en la infancia, hasta los 8 o 10 años que se fijan estas creencias. Son el resultado actitudes continuadas sobre el niño, que deja una huella dependiendo de la intensidad con la que se den (pueden ir desde actitudes paternas sutiles a comportamientos agresivos y degradantes).

Pondré unos ejemplos: Es difícil que un niño aprenda a valorar y a percibir sus necesidades si ha sido educado en la exigencia y en lo que “debería ser” más que en lo que realmente el niño “es” o necesita.

salto al vacíoTambién es difícil que el niño confíe en lo que siente si ha habido una tendencia a exigirle siempre más y se ha tendido a remarcar los errores y lo mal que hace las cosas, si las expectativas de los padres han sido desmesuradas, si nunca ha recibido un feedback positivo cuando ha hecho bien las cosas, si ha sentido que no se le ha apoyado desarrollará una sensación de duda ante las propias capacidades y tenderá en muchos casos a buscar la confirmación externa más que a fiarse de su propio criterio.

Existen también muchos niños a los cuales se les ha dado a entender (o incluso en algunos casos, se les ha dicho abierta y sistemáticamente) que son tontos, no saben o son incapaces de hacer las cosas bien y/o que lo que sienten carece de valor. En este caso es bastante evidente que duden de sus propias capacidades.

Si estamos en alguno de los anteriores casos; si por el motivo que sea desconfiamos o no sabemos bien lo que queremos, es importante que podamos atrevernos a ir descubriendo qué necesitamos y qué nos hace daño. En el trabajo con terapia siempre considero que la propia persona es el termómetro de lo que necesita. Es importante que la persona tome cierta distancia cuando esté en una situación en la que tenga que poner un límite (distancia física y/o simplemente tomarse algo de tiempo para decidir) y pueda valorar si quiere o no quiere algo, si le gusta o no y, sobre todo que poco a poco se vaya arriesgando a confiar en que lo que siente o necesita está bien, que lo que siente es digno de ser experimentado. Nuestra vida tiene sentido en cuanto la vivimos como nos gusta vivirla, no como a otros les gustaría que fuera.

lunes, 25 de febrero de 2013

Sobre la vulnerabilidad


Vulnerable. (Del lat. vulnerabĭlis).
  1. 1.      adj. Que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente.
Y llega el día en que en una sesión de terapia surge el tema de la vulnerabilidad y cómo nos relacionamos con ella, qué nos despierta, qué significado adquiere para nosotros.

En muchos casos (y casi siempre por parte del sector masculino) la respuesta es una cara de susto o disgusto. E inmediatamente contestamos que nos parece, como poco, desagradable, que nos asusta, que nos disgusta tenerla aunque sea inevitable o, en algunos casos, que no tenemos de eso.

Vulnerabilidad  nos suena a debilidad, fragilidad. Es un estado que inmediatamente nos contacta con el miedo; sobre todo a los que poseemos caracteres controladores u orientados a la acción.

En nuestra sociedad estamos educados en la protección de nuestra individualidad. El mundo es agresivo y hostil, así pues abrirnos emocionalmente a los otros nos enfrenta a la posibilidad de que nos hagan daño y de movernos en un espacio incómodo donde no podemos controlar lo que ocurrirá.

La posibilidad de reconocer qué circunstancias o situaciones nos hacen vulnerables  también nos enfrenta a la idea de fracaso en los que vamos (me incluyo) por la vida de “Juan Palomo”; los de “yo puedo con todo”. En este caso aceptar que somos vulnerables nos enfrenta a que “quizás” necesitemos ayuda de los demás, que no somos tan independientes como nos creemos, tan fuertes o invulnerables como nos gustaría ser.


Es por eso que nos desagrada tanto y es por eso que el contacto y la aceptación de la vulnerabilidad requiere cierta dosis de coraje y voluntad; ya que atenta sobre todo contra nuestra autoimagen, contra lo que “deberíamos ser”. Cada uno de nosotros tiene una imagen bastante clara de lo que “debería ser”. Debemos ser fuertes, autónomos, seguros, independientes, eficaces, inteligentes, serviciales, amables, buenos, capaces, divertidos o confiables a toda costa, siempre y en todo momento. La vulnerabilidad también nos conecta con la posibilidad de que no siempre podemos ser así, que hay momentos de cansancio, de desfallecimiento, de necesitar que nos cuiden.

En resumen; la vulnerabilidad nos enfrenta al miedo a que nos hagan daño, al fracaso y a la posibilidad de que no somos “tan…” como nos creíamos. Pero también nos pone en contacto con la vergüenza y la culpa. Nos sentimos avergonzados por hacer o sentir algo que no “deberíamos” hacer o sentir: “los hombres no lloran”, “qué pensarán si ven que no puedo”, “no está bien sentir tristeza”, “sentir esto que estoy sintiendo no está bien”, “no debería necesitar ayuda”…

Así que es necesaria cierta dosis de valentía y perseverancia para contactar con esa parte tan necesaria. ¿Necesaria para que? Si hasta ahora todo lo escrito parece negativo y doloroso. Básicamente es necesaria porque nos hace darnos cuenta de lo que nos daña y nos pone en contacto con qué es lo que necesito, qué es lo que me hace bien.

El hecho de poder cambiar una situación que nos está haciendo daño conlleva primero aceptar que nos pueden hacer daño para después identificar qué es lo que nos hace daño y desde aquí poder establecer un límite para poder decir que no a una petición, a una situación, a una agresión. Si nos consideramos invulnerables, si no contactamos con nuestros propios límites, con lo que nos hace daño no calibramos el impacto que las interacciones con los demás tienen en nosotros. Es posible que estemos siendo dañados y no nos demos cuenta, es posible que nos dejemos invadir por el otro y nos sintamos molestos por no saber decir que no y no lleguemos a saber qué nos molesta o nos invade. . Nos ayuda a identificar qué nos daña. Si identificamos qué nos daña, por elinación también sabemos que nos hace bien y también nos da la posibilidad de establecer límites de lo que no queremos o nos daña.

Por lo tanto la vulnerabilidad va unida a la autenticidad, a la posibilidad de que establezcamos relaciones más reales, menos teñidas por el miedo. Nos hace más cercanos y accesibles, más humanos. Nos da la posibilidad de experimentar nuevas maneras de relacionarnos, confiando y abriéndonos a los demás. Puede que así incluso nos llevemos la sorpresa de que puede que nos acojan y acompañen. En el peor de los casos, nos daremos cuenta de que somos capaces de sostenernos en el dolor y la tristeza.

Poder mostrarse vulnerable puede ser muy liberador, ya que nos permite soltar nuestras corazas y defensas, que tan pesadas y agotadoras resultan.

A partir de aquí, cuando vemos lo que hay, cuando vemos lo que somos y cómo somos se abre el camino incierto de aceptar cómo somos. De querernos tal y como somos, de sentirnos dignos de ser así. De atrevernos a mostrarnos a los otros tal y como somos; cada vez con menos máscaras; intentando manipular cada vez menos. Confiando en que seremos queridos y aceptados y asumiendo que podemos ser rechazados o no gustar o no ser queridos…. Sin que por ello dejemos de ser dignos de ser quien somos.