Soltando presión ~ Miguel Endrino

miércoles, 11 de abril de 2012

Soltando presión

Un gran porcentaje de las enfermedades que padecemos tiene que ver con el estrés. Este estrés del que tanto se habla no es más que la forma de responder a las agresiones de nuestro sistema nervioso, más exactamente del sistema nervioso autónomo, encargado de las funciones no conscientes (tasa cardiaca, dilatación pulmonar, digestion, contracción arterial…)

El sistema nervioso autónomo se divide funcionalmente en sistema simpático y sistema parasimpático. El simpático prepara el cuerpo para actividades que requieren gasto de energía. Es el que se activa en situaciones de estrés. Originalmente va unido a la situaciones más básicas de supervivencia: defensa, ataque, huída y por lo tanto muy unido a las situaciones que producen estrés. El sistema parasimpático por el contrario reduce la activación provocada por el simpático y está relacionado con la acumulación de energía, la recuperación y la regeneración del organismo. Ambos son antagónicos, es decir, no pueden activarse a la vez. Si uno está activado, el otro forzosamente estará desactivado.

En otra época, hace unos pocos miles de años (puede parecer mucho, pero recordemos que los homínidos llevan millones de años en la tierra) la alternancia de estos dos sistemas era perfecta para la supervivencia: aparición del peligro – activación del sistema simpático – ataque/huida – desaparición del peligro – descanso – activación del parasimpático. En la época actual, en la sociedad occidental en la que estamos, los peligros no suelen provenir de animales salvajes o del ataque de una tribu vecina. Hay pocos peligros que realmente pongan en peligro nuestra supervivencia. Los peligros han cambiado de forma y ya no atentan contra nuestra supervivencia pero el estrés que generan las situaciones es continuo y generan una que vivamos en una excitación constante, en un estado de estrés crónico. El estrés ahora no lo provocan los animales salvajes, estamos tan socializados que el peligro aparece casi siempre en nuestras relaciones diarias. Relaciones con los otros y con nosotros mismos.

Horarios apretados, discusiones laborales, trabajos que nos disgustan, poco tiempo para las relaciones sociales y un enorme número de situaciones más que nos suceden en la vida diaria hacen que estemos en un constante estado de estrés. Un estrés del que no nos podemos deshacer con facilidad debido a que los mecanismos para hacer que desaparezca ya no son factibles. La agresión física o el salir corriendo no son maneras de actuar aceptadas en nuestra en nuestra sociedad. Ni tan solo la expresión de cualquier tipo de agresividad está bien visto; con lo cual nos reprimimos la rabia y acumulamos más y más estrés.

Esta situación a la larga produce un debilitamiento de nuestro sistema y produce la aparición de un gran número de enfermedades ya que sometemos a nuestro cuerpo a una enorme tensión y se reduce mucho el tiempo y la capacidad para recuperarnos.

Para poder hacer frente a estas situaciones de desgaste continuo tenemos algunas opciones. La primera, más importante y más costosa consiste en la revisión de nuestra manera de relacionarnos ya que, como he comentado antes, todo el estrés que acumulamos se produce en situaciones de relación. Revisar qué me altera, que me enfada del otro, cómo llevo mi vida personal o familiar, cómo reacciono el trabajo, si estoy a gusto con lo que hago…. Mil y una cosas que nos llevarán a buen seguro tiempo y dedicación.

Por otra parte también podemos ayudar a reducir nuestro nivel de estrés para poder continuar con nuestro día a día con más comodidad. Tenemos que buscar válvulas que nos permitan soltar algo de nuestra agresividad, poder expresar nuestra rabia. Algo tan sencillo como golpear un cojín (a ser posible pensando en la persona con la que estemos enfadados, ya sea el jefe, el vecino, la madre o la pareja) nos descargará momentáneamente de agresividad y nos ayudará a retomar la relación con esa persona de manera más relajada, ya que el exceso de agresividad no bloqueará o deformará lo que queramos expresar.

Cualquier truco que utilicemos es válido: gritar en el coche, golpear objetos con un palo, pegar a cojines o un colchón, patalear… cualquier acción que nos permita expresar nuestra agresividad en un entorno controlado.

La agresividad es parte de nosotros, ella es la que nos permite “ir hacia”, hacer cosas, seguir vivos. Así que no nos avergoncemos de ella. Intentemos que sea nuestra aliada y no una enemiga.

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