Miguel Endrino: expresión
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domingo, 30 de noviembre de 2014

Cariño... tenemos que hablar (II)

Segunda Parte: La intervención terapéutica

Y así es como llega la pareja a la sesión: con una sensación de que hay un problema grave que no son capaces de resolver. La terapia intenta que las parejas encuentren soluciones a sus problemas dentro de su particular manera de funcionar, de ninguna manera imponiendo la visión o los prejuicios del terapeuta. Como he dicho antes son ellos los que definen su modelo de pareja.

La intervención se plantea desde varios puntos. Antes que nada es importante dilucidar si ambos quieren seguir siendo pareja y cual es la motivación que les mueve al venir. Acudir a terapia de pareja no es sinónimo de arreglar nada. Es posible que durante la terapia nos demos cuenta que no podemos o queremos continuar con el modelo que teníamos hasta el momento, o de darnos cuenta que el proyecto que iniciamos con la otra persona no tiene futuro, o ya no nos satisface o no lo queremos continuar o… A veces la mejor manera de continuar es aceptar la ruptura y si esta se produce en terapia se puede dar la oportunidad de cerrar la relación de una manera harmoniosa y amorosa. Una ruptura no debe ser tomada como un fracaso.

Uno de los primeros objetivos es el de apoyar, fomentar o, en el caso de que esté deteriorada, reestablecer la comunicación. Que ambos puedan expresar al otro cómo se sienten y qué necesitan en la relación y a partir de aquí buscar acuerdos, negociaciones o soluciones que sean satisfactorias para los dos. Restablecer la comunicación no es solo hablar. Conlleva saber escuchar las necesidades del otro y poder expresar las propias.

Otro objetivo que creo necesario es el de explicitar y actualizar los acuerdos, condiciones y roles con los que se inició la relación y los que en la actualidad existen, para poder llegar a una mayor claridad sobre lo que la pareja me aporta, lo que yo aporto y si estas condiciones nos satisfacen, las queremos mantener, cambiar o eliminar.

Paralelamente se plantea el trabajo individual de ambos, ya que la pareja, como cualquier otra relación, es un punto de encuentro con lo externo, con el “otro”. A esa relación llegamos cargados de nuestras expectativas, valores, deseos y necesida des; pero también llegamos con nuestros miedos, exigencias y manipulaciones. Es importante también cierto trabajo individual donde podamos darnos cuenta más claramente de cómo nos relacionamos con nosotros mismos (cómo nos vemos, cuáles son nuestras carencias, nuestros puntos fuertes) y cómo influye eso en el otro y en la relación. Cómo, cuando y de qué manera damos, pedimos, recibimos, dañamos y en qué momento nos hacen daño. 
También es habitual la utilización de juegos o ejercicios para hacer durante la semana o semanas que hay entre sesiones, siempre lo más adaptados a las necesidades de la pareja (dinámicas para favorecer la comunicación, técnicas de asertividad, juegos para movilizar lo agresivo sin dañar al otro o juegos eróticos), ya que el cambio sobre todo se da fuera de la consulta y requiere de cierta actitud y constancia.

Por último me gustaría decir que mas allá de solucionar una crisis, la función de la terapia es dotar a los integrantes de la pareja de herramientas para que puedan encarar el futuro. Para que puedan decidir lo más libremente posible si quieren estar con esa persona y cómo quieren estar. Tener herramientas para poder afrontar los cambios que la pareja toma con el paso del tiempo o, en última instancia y si eso es lo que queremos, poder decidir que la relación ha llegado a su fin.

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miércoles, 11 de abril de 2012

Soltando presión

Un gran porcentaje de las enfermedades que padecemos tiene que ver con el estrés. Este estrés del que tanto se habla no es más que la forma de responder a las agresiones de nuestro sistema nervioso, más exactamente del sistema nervioso autónomo, encargado de las funciones no conscientes (tasa cardiaca, dilatación pulmonar, digestion, contracción arterial…)

El sistema nervioso autónomo se divide funcionalmente en sistema simpático y sistema parasimpático. El simpático prepara el cuerpo para actividades que requieren gasto de energía. Es el que se activa en situaciones de estrés. Originalmente va unido a la situaciones más básicas de supervivencia: defensa, ataque, huída y por lo tanto muy unido a las situaciones que producen estrés. El sistema parasimpático por el contrario reduce la activación provocada por el simpático y está relacionado con la acumulación de energía, la recuperación y la regeneración del organismo. Ambos son antagónicos, es decir, no pueden activarse a la vez. Si uno está activado, el otro forzosamente estará desactivado.

En otra época, hace unos pocos miles de años (puede parecer mucho, pero recordemos que los homínidos llevan millones de años en la tierra) la alternancia de estos dos sistemas era perfecta para la supervivencia: aparición del peligro – activación del sistema simpático – ataque/huida – desaparición del peligro – descanso – activación del parasimpático. En la época actual, en la sociedad occidental en la que estamos, los peligros no suelen provenir de animales salvajes o del ataque de una tribu vecina. Hay pocos peligros que realmente pongan en peligro nuestra supervivencia. Los peligros han cambiado de forma y ya no atentan contra nuestra supervivencia pero el estrés que generan las situaciones es continuo y generan una que vivamos en una excitación constante, en un estado de estrés crónico. El estrés ahora no lo provocan los animales salvajes, estamos tan socializados que el peligro aparece casi siempre en nuestras relaciones diarias. Relaciones con los otros y con nosotros mismos.

Horarios apretados, discusiones laborales, trabajos que nos disgustan, poco tiempo para las relaciones sociales y un enorme número de situaciones más que nos suceden en la vida diaria hacen que estemos en un constante estado de estrés. Un estrés del que no nos podemos deshacer con facilidad debido a que los mecanismos para hacer que desaparezca ya no son factibles. La agresión física o el salir corriendo no son maneras de actuar aceptadas en nuestra en nuestra sociedad. Ni tan solo la expresión de cualquier tipo de agresividad está bien visto; con lo cual nos reprimimos la rabia y acumulamos más y más estrés.

Esta situación a la larga produce un debilitamiento de nuestro sistema y produce la aparición de un gran número de enfermedades ya que sometemos a nuestro cuerpo a una enorme tensión y se reduce mucho el tiempo y la capacidad para recuperarnos.

Para poder hacer frente a estas situaciones de desgaste continuo tenemos algunas opciones. La primera, más importante y más costosa consiste en la revisión de nuestra manera de relacionarnos ya que, como he comentado antes, todo el estrés que acumulamos se produce en situaciones de relación. Revisar qué me altera, que me enfada del otro, cómo llevo mi vida personal o familiar, cómo reacciono el trabajo, si estoy a gusto con lo que hago…. Mil y una cosas que nos llevarán a buen seguro tiempo y dedicación.

Por otra parte también podemos ayudar a reducir nuestro nivel de estrés para poder continuar con nuestro día a día con más comodidad. Tenemos que buscar válvulas que nos permitan soltar algo de nuestra agresividad, poder expresar nuestra rabia. Algo tan sencillo como golpear un cojín (a ser posible pensando en la persona con la que estemos enfadados, ya sea el jefe, el vecino, la madre o la pareja) nos descargará momentáneamente de agresividad y nos ayudará a retomar la relación con esa persona de manera más relajada, ya que el exceso de agresividad no bloqueará o deformará lo que queramos expresar.

Cualquier truco que utilicemos es válido: gritar en el coche, golpear objetos con un palo, pegar a cojines o un colchón, patalear… cualquier acción que nos permita expresar nuestra agresividad en un entorno controlado.

La agresividad es parte de nosotros, ella es la que nos permite “ir hacia”, hacer cosas, seguir vivos. Así que no nos avergoncemos de ella. Intentemos que sea nuestra aliada y no una enemiga.